Por: Lorena Alviarez
La realidad que vivimos como inmigrantes en este destino o en cualquier otro a nivel mundial es una sola, para unos más difícil o fácil que para otros, pero el solo hecho de que llegue el mes favorito de muchos y estar lejos de casa lo hace nostálgico y triste estés donde estés.
Comprar los regalos, enviar las remesas, ayudar a los nuestros desde afuera, augurando que todo mejore y que a ellos no les falte nada, son factores fundamentales y parte de la motivación diaria de seguir estando lejos de casa, sacando el pecho por nuestras familias desde cualquier oficio o el que simplemente nos toque.
Nos hemos graduado académicamente en diversas carreras universitarias, sin embargo, hoy por hoy, está lejos ese poder ejercer tu profesión, y es que cuando toca toca; y si algo tenemos nosotros es que dignamente y siempre apuntando a la excelencia hacemos lo que nos pongan, pero lo hacemos bien hecho.
Y así hemos andado, de aquí para allá, a veces solo con que paguen unas monedas más es suficiente, hacer horas extras, cumplir con el horario o extenderlo un poco más, no hay límite, el objetivo es uno y es claro desde el principio, echarle pichón a la cosa cueste lo que cueste.
Lo complicado del asunto es ponerle un camión de ganas, dejarlo todo por el todo y aun así cuando llega el mes del despilfarro y el bochinche, te metes la mano en el bolsillo y pesadamente dices: LA MASA NO ESTA PA’BOLLO, y es que desde años anteriores esta frase no ha dejado de existir en el vocabulario de los venezolanos, y aún más cuando los gastos se nos incrementan porque no solo mantienes tu nuevo hogar, sino que ayudas con lo más que puedas a los familiares que esperan tu regreso a casa; esos que añoran tu presencia no solo en la noche buena, sino todos los días en el desayuno y la cena, los valientes que aún continúan en la lucha por ver una Venezuela libre. Ellos, nuestro impulso diario por salir adelante y lo más esperanzados por vernos regresar.
Primero están ellos que nosotros, queremos que no les falte nada, que el estreno no este ausente, que la hallaquita esté resuelta, que haya un puñadito de lentejas en la mano y que las 12 uvas estén en mano para pedir con fervor cada deseo anhelado para recibir un nuevo año.
Son innumerables detalles propiamente venezolanos, los que hacen que nuestra navidad sea diferente estemos donde estemos, y es satisfactorio contagiar a muchos con la esencia que nos caracteriza. Hemos exportado esa alegría y ese carisma nato de nosotros en la mesa donde nos sentemos, y es que sea en la ciudad porteña, en la costa, en el frío patagónico o en el norte argentino, somos felices de compartir nuestra sazón, costumbres, humor, personalidad, encanto y felicidad, así la masa no este pa’bollo.
Según datos de emprendimientos venezolanos posicionados en Argentina, este año una hallaca ronda entre 150 a 200 ARS, un pan de jamón grande cuesta de 400 a 500 ARS, hacer una ensalada de pollo (sustituyendo la gallina) entre 600 a 800 ARG, y hornear un pernil unos 1000 ARG aproximadamente, lo que quiere decir que para una familia venezolana en Argentina, de unos 4 integrantes, requieren de unos 2800 ARS a 3000 ARG para cenar en noche buena, lo que representa una cuarta parte de un salario mínimo interprofesional, según datos macro.
Los problemas no dejan de estar a un lado, pero nuestra costumbre innata pese la situación y necesidad que presentemos siempre está reflejada en buen ánimo y actitud positiva para salir adelante, lo que nos representa, reconoce y resalta a nivel mundial dignamente como venezolanos echados pa’lante.
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